Un complemento dinámico que jamás debe ser desdeñado por el buen intérprete coral es el pulso, su majestad el pulso. El mero uso de un tiempo isócrono atenta contra el fraseo: no conozco invento más extramusical que el metrónomo. Y si vamos al prestigio de la isocronía en la conducción coral u orquestal, admitamos que aquella es una cualidad que poseen en mayor grado los animales que los humanos. Esto no necesita más demostración que la observación de cómo caminan o corren los caballos o los perros, cómo trotan cuando la alta velocidad no es prioritaria, cómo galopan cuando aceleran, siempre al mismo tiempo, sin que sus patas, zarpas o pezuñas se atrasen o adelanten una fracción de segundo, en un mandato del equilibrio, natural y necesario. Confío en que los caballos, perros, gatos u ocelotes jamás dirigirán música; si se diera perdería toda fe en el género humano.

Pero porque somos humanos y porque la música debe transmitir esta circunstancia obligada, tenemos el deber de trabajar como trabaja nuestro corazón frente a las emociones: acelerándose, casi deteniéndose, latiendo con moderación y tranquilidad, taquicárdicamente, bradicárdicamente… según sea lo que está diciendo.

Si alguno no comparte o no acaba de desarrollar estas metáforas, más vale que deje de leer este papel, se compre un buen metrónomo alemán o japonés, y se extasíe demencialmente con su isócrono tic-tac.

César Ferreyra, en su libro Cuentos Corales, Fundación Pro Arte, Córdoba, 1993, el cual iré compartiendo a través de este blog. El autor fue un excelente director y maestro argentino nacido en Córdoba. Con sus escritos aprendo y me divierto mucho.

Imagen: Metrónomo gigante, Praga (tomado de Wikipedia, Licencia Creative Commons)